La elección en la provincia de Buenos Aires dejó en claro algo que muchos intuían pero pocos se animaban a decir en voz alta: el mito de la invencibilidad de Javier Milei se rompió en pedazos. Lo que parecía un capital político sólido se reveló como un espejismo construido a base de insultos, marketing digital y un relato económico que nunca terminó de traducirse en bienestar real.
La derrota no fue solo electoral: fue simbólica. Cayó la idea de que el peronismo estaba muerto, cayó la noción de que bastaba con bajar la inflación para ganar y cayó, sobre todo, la narrativa de un presidente que se creyó dueño de una sociedad a la que solo supo maltratar.
Una gestión desconectada de la gente
Los números macro que repite Federico Sturzenegger como un mantra suenan lejanos a quienes viven con salarios pulverizados, jubilaciones de miseria y precios de medicamentos inalcanzables. Milei eligió hablar de superávit fiscal mientras la gente hablaba de la heladera vacía. Eligió insultar a opositores, artistas, periodistas y hasta colectivos vulnerables, en lugar de tender puentes. Eligió el enfrentamiento permanente por sobre la empatía.
Ese estilo pendenciero, más cercano al stand up de YouTube que a la política real, encontró su límite. Porque gobernar no es acumular likes ni alimentar trolls: es tomar decisiones que mejoren la vida de la gente.
“Los resultados macroeconómicos no llegan a la gente”, reconoció Guillermo Francos esta mañana, luego de la dura derrota. Al parecer, hizo falta una derrota aplastante para que el Gobierno comience a ver la realidad. 
El costo político del ajuste sin sensibilidad
Milei repite que “no hay plata”, pero nunca explicó con claridad por qué el ajuste debía recaer siempre sobre los mismos: jubilados, estudiantes, pacientes, discapacitados. La falta de sensibilidad se convirtió en una marca registrada y, al final, en su mayor debilidad. La gente puede tolerar sacrificios, pero no humillaciones.
El regreso del peronismo
El resultado bonaerense no se explica solo por el desgaste libertario: también muestra la capacidad de resiliencia del peronismo. Se lo dio por muerto mil veces y mil veces resucitó. Esta vez, de la mano de Axel Kicillof, que desobedeció a Cristina y construyó un camino propio, el PJ volvió a mostrarse competitivo y, sobre todo, vital. Milei, paradójicamente, fue su mejor socio en esa resurrección.
Una coalición que se desangra
La Libertad Avanza llega a este punto atrapada en internas ridículas, peleas familiares, streaming delirantes y acusaciones cruzadas entre “rosqueros” y “fuerzas del cielo”. Mientras tanto, el Congreso está cerrado para el oficialismo, los gobernadores se agrupan en su contra y los mercados desconfían de un programa económico que ya dio señales de agotamiento.
¿Y ahora?
El gobierno enfrenta una encrucijada. Puede seguir encapsulado en su dogmatismo, convencido de que la gente “no entiende” y que los mercados “son irracionales”. O puede aceptar la realidad: la política no se hace contra la sociedad, se hace con la sociedad. Para eso debería abandonar la soberbia, reconocer errores y buscar consensos.
La pregunta es si Milei y su círculo íntimo tienen la capacidad –y la humildad– para dar ese giro. La evidencia hasta ahora sugiere lo contrario. Y si no cambia, lo que se viene no es gobernabilidad, sino tormenta.