El invierno terminó siendo la radiografía más cruda de lo que se viene: barrios enteros con cortes prolongados, presión insuficiente y vecinos que ya no saben si abrir la canilla es garantía de agua o una ruleta rusa. Si durante los meses fríos —cuando la demanda baja— COSAG fue incapaz de garantizar un servicio mínimo, ¿qué nos espera en verano, cuando la ciudad entera se multiplica en consumo y las temperaturas superan los 35 grados?
La pregunta es inevitable: ¿será otro verano marcado por la angustia de llenar bidones, esperar camiones cisterna y convivir con la incertidumbre de no saber cuándo volverá el agua?
La gran incógnita: ¿dónde está el dinero?
Durante décadas, los vecinos de Alta Gracia pagaron tarifas cada vez más altas, con la promesa implícita de que los recursos recaudados servirían para sostener y ampliar la red. Sin embargo, las obras estructurales siguen brillando por su ausencia. No hay nuevos acueductos, no hay ampliación del sistema, no hay un plan integral que acompañe el crecimiento explosivo de la ciudad.
La cooperativa acumula años de gestión en los que el dinero de los usuarios parece evaporarse, sin que pueda verse reflejado en mejoras reales para la comunidad. La pregunta resuena cada vez con más fuerza: ¿qué se hizo con todo el dinero que COSAG recaudó durante años y que hoy no se ve traducido en infraestructura?
Una ciudad que crece, un servicio que retrocede
Alta Gracia sumó cerca de 30 mil habitantes en los últimos años, pero el servicio de agua sigue funcionando como si fuéramos la misma ciudad de hace cuatro décadas. Los nuevos barrios sufren la falta de inversión, los viejos padecen la precariedad de una red obsoleta, y la cooperativa sigue atada a un modelo que solo acumula reclamos.
El problema ya no es técnico: es político, institucional y de gestión. La incapacidad de COSAG para planificar y ejecutar obras estructurales condena a miles de vecinos a vivir en condiciones indignas, sin acceso garantizado a un derecho humano esencial.
El verano, la prueba definitiva
El calor no espera, y los vecinos tampoco. Con cada verano que llega, la crisis se profundiza, la bronca social aumenta y la confianza en la cooperativa se desmorona. El agua es vida, y COSAG está demostrando que no está a la altura de semejante responsabilidad.
Porque un servicio público no puede sostenerse en parches, ni en promesas incumplidas, ni en fotos con cisternas viejas. Alta Gracia necesita un plan serio, obras concretas y una gestión que rinda cuentas.
Lo que está en juego no es solo el confort de abrir una canilla: es la salud, la dignidad y el futuro de toda la ciudad.
Y la gran pregunta sigue en el aire: ¿será este otro verano sin agua en Alta Gracia… o será el verano en el que, por fin, se exija a COSAG rendir cuentas de una vez por todas?